Ángela Marcela Rincón Baquero
Juan Esteban Santamaría Rodríguez
El círculo de visión de KairEd celebrado el pasado sábado 2 de marzo, interesado en generar un análisis de coyuntura con respecto a la realidad histórica nacional desde la esperanza, nos convoca a analizar estas preguntas como punto de partida:
- ¿Cómo está siendo fetichizada nuestra realidad?
- ¿Cuáles son los fundamentalismos que la están condicionando?
- ¿Cuál es nuestra esperanza frente a estos fetiches y fundamentalismos?
Para dar una respuesta a estas preguntas, nos ubicamos en la situación social, económica, política, ecoambiental y religiosa que vivimos como sociedad colombiana. Sobre todo, teniendo en cuenta que en el último tiempo de nuestra historia han emergido modos constitutivos de un pensamiento único en los grupos que controlan el poder político, judicial y económico del país cuya pretensión final es seguir satisfaciendo sus intereses a fuerza de sembrar ideologías contrarias a sí mismas a través de discursos totalitarios y mesiánicos que coaccionan a la sociedad civil desde el miedo y el temor religioso.
Uno de estos discursos es manifiesto en los tránsitos hacia visiones teocráticas de nuestra sociedad. Caballo de batalla para tiempos electorales y argumento absoluto de verdad en los púlpitos políticos y religiosos, deshumanizados y despersonalizados, es sin lugar a dudas, una realidad que trastorna la experiencia humana y religiosa de nuestra sociedad colombiana, y con ello, su modo de ejercer su ciudadanía.
El anhelo de hacer palpable el sentido mesiánico, a modo religioso, en ámbitos falibles como la política y la economía de exclusión que rige al país ocasiona, si no, una visión errada de la experiencia religiosa, al menos sí un fetiche del poder político encarnado como poder divino, absoluto, próspero y salvífico capaz de regular el orden establecido.
Los populismos políticos de derecha, de centro y de izquierda consolidados en las pasadas elecciones presidenciales son prueba fehaciente de esta expresión mesiánica encaminada a la configuración teocrática de nuestra sociedad. Siendo apoyados por sectores de la Iglesia Católica neoconservadores, así como también por un gran número de parcialidades religiosas neopentecostales presentes en el territorio nacional, el orden teocrático que está instaurando el gobierno de turno desde “la obediencia doctrinal” se manifiesta en las pretensiones de verdad absoluta y sometimiento vertical de la sociedad a esta so pena de ser identificada como su detractora o su amenaza si no está en sintonía a sus ideales, pretendidamente autocráticos, dictatoriales y totalitarios.
Los ecocidios son otra expresión del fetiche que esconden los discursos económicos y políticos interesados en la extracción de los recursos naturales como eslabón primero del ciclo de producción privada que comparten los últimos gobiernos y el narcotráfico.
Regidos por la ideología de mercado en contraposición a un desarrollo integral de la sociedad, la muerte del río Cauca con su fauna para proteger el proyecto “Hidroituango” y su capital económico; la impotabilidad del aire en Bogotá fruto del uso de tecnologías obsoletas en emisión de dióxido de carbono unido a la supuesta necesidad de instaurar una seguridad ciudadana más visual y eficaz talando indiscriminadamente árboles en distintos sectores de la ciudad; la colonización de nuestra Amazonía por industrias petrolíferas extractivas; las inundaciones generadas por el desbordamiento de los ríos en el Chocó como resultado de la explotación minera y la expansión de cultivos de coca; el vertimiento de petróleo en las quebradas y ríos del Oriente colombiano a consecuencia de los atentados terroristas de grupos al margen de la ley; así como los próximos pilotajes para la exploración y explotación de petróleo a través del fracking, son tan sólo algunas situaciones que corroboran este fetiche de la producción por y para el capital en detrimento de la sustentabilidad ecoambiental y comunitaria como base para la generación y la conservación de nuestras vidas como habitantes de este territorio.
Estos ecocidios no sólo son ambientales, son a su vez económicos, sociales y culturales. La vulnerabilidad que enfrentan las comunidades LGTBI, afro, indígenas, raizales, palenqueras, rom y campesinas en estos territorios reiteran los efectos de estas acciones en la fractura del tejido social y en la situación de extrema pobreza y mendicidad en la que vive un gran número de ellas. Sin lugar a dudas, estas coyunturas son expresión del totalitarismo que pretende el Estado tras el discurso de la legalidad y su contrapeso ilegal en las estructuras de narcotráfico, demostrando con ello, la inviabilidad del país y de su modelo de gobernanza desde la concentración masiva de tierras y de capital.
Frente a estos fetiches y su correlato fundamentalista a nivel político, económico y ambiental, la pregunta por la esperanza nos interpela desde el significado que supone “vivir” en contrapunteo a estas situaciones de muerte y victimización. Para dar una respuesta a estas coyunturas, consideramos oportuno sentirla y pensarla desde nuestros lugares, nuestras existencias y los modos de co-habitar que tenemos en ella.
La Gran Minga de nuestros pueblos indígenas ante el incumplimiento de los acuerdos pactados con el Estado es, tal vez, uno de los mejores modos para responder a esta realidad. La Gran Minga que han organizado las comunidades indígenas del sur del país nos recuerda el valor de la vida, el desarrollo común y la construcción colectiva sobre la hegemonía del poder económico y político privativo. Ante las estigmatizaciones por su movilización y el uso violento de la fuerza armada, nuestros indígenas nos enseñan que sólo desde la comunidad es posible legitimar nuestros derechos, nuestra dignidad y la de nuestra tierra.
A gran escala, esta Minga nos debe mover para replicarla como ciudadanos frente a las supuestas objeciones que el Gobierno Duque-Uribe impone a la ley estatutaria que define la justicia especial para la paz (JEP); de cara a la atención unívoca que prestan los medios de comunicación a las tensiones políticas de nuestra hermana Venezuela en detrimento de las coyunturas internas de nuestro país; y ante la consolidación de una política de gobierno – más no de Estado – que desconoce el Estatuto de la Oposición atentando su legitimidad democrática en un Estado Social de Derecho.
La Gran Minga de nuestros pueblos indígenas nos está recordando la importancia que tiene resistir, transformar y construir desde la colectividad. Así las cosas, una respuesta a este análisis de coyuntura desde la esperanza nos supone resistir al pensamiento único que fetichiza la realidad en la política, la economía y la justicia con su catalizador religioso. Nos invita a transformar estas situaciones desde una preocupación común: la promoción de nuestras vidas y de nuestro entorno como presupuesto de sostenibilidad integral; y, finalmente, nos obliga a resignificar nuestros lugares como territorios para la vida y el “buen vivir” desde nuestras diversidades.
Bogotá, 2-04-2019