Un saludo amoroso, sororo y fraterno para cada una y uno de ustedes, que han acudido a esta cita, agradeciendo a la Casa Cultural Tejiendo Sororidades, la posibilidad de compartir estos fragmentos de mi vivencia de la espiritualidad feminista en estos tiempos de confinamiento por ese algo que nos cambió la vida radical y misteriosamente, llamado Covid 19, desde un barrio popular de la ciudad de Bogotá.
Nos cerraron la puerta y nos echaron llave desde afuera sin pedirnos permiso, teníamos por delante un año para llenarlo de luz, pero nos vino la oscuridad que estamos viviendo, y luego cuando empezamos el confinamiento pensábamos que este tiempo sería, una especie de oasis en medio de las carreras en las que transitan nuestras cotidianidades, que dedicaríamos más tiempo para hacer posible esos encuentros y espacios personales y comunitarios, tan necesarios entre las personas con quienes compartimos casa y vida, pero este tiempo afectó los cuerpos, las relaciones, los días y hasta la espiritualidad, con una realidad dura y aterradora como la que desplegó el Covid, con todos los cuadros que nos despliegan diariamente los medios de comunicación. Afectó, especialmente, la vida y el cuerpo de las mujeres, pero también los cuerpos y vidas de sus familias. Y efectivamente, nosotras desde nuestro confinamiento, afinamos cuerpo, mente, energía y corazón, para poder estar en conexión con mucha gente de fuera: nuestra gente querida y la gente de un poco más allá, nuestras vecinas y las gentes de nuestros barrios y ciudades, muchas de las cuales están viviendo verdaderos tiempos de horror, porque la cuarentena o el aislamiento obligado nunca será lo mismo para todas las personas, nunca será lo mismo para mujeres y hombres, sobre todo para las mujeres de los sectores populares. Para nosotras se redimensionaron expresiones, palabras y prácticas de nuestra larga búsqueda desde la espiritualidad feminista. Sólo voy a dar cuenta de tres elementos fundamentales para mí en esta cuarentena.
- LA RITUALIDAD. Ese espacio sagrado, en el que ponemos la vida misma, en el que ponemos lo que somos, y en el que ponemos nuestras limitaciones humanas, los miedos, los deseos, las memorias, la poesía, las palabras que nos iluminan desde diversas fuentes, pero especialmente la fuente de las mujeres. Ritualidad para el encuentro sororo y amoroso que, en estos tiempos de pandemia, ha salido más a la calle, desde nuestro deseo de poner en su Luz y en nuestra Luz, la urgencia de que se aminoren las angustias, que aumente la solidaridad y la conciencia social, que disminuyan las violencias contra las mujeres y las y los líderes sociales y que haya menos traumas y dolores. Ritualidad para sanar la tierra, la vida de los barrios y la vida de las mujeres y hombres de nuestro entorno, para hacer presentes a los nuestros y a los anónimos. Ritualidad para ser una con la Divinidad que nos habita, para dar gracias por las posibilidades de la conciencia que se tiene, y lo que ella puede desplegar; ritualidad para dar gracias por la vida y para que, al terminarlas, quedemos llenas de Luz, menos angustiadas y con el corazón más atento. Ritualidad animada y acompañada por la presencia de un Jesús sanador y amoroso que se devela en cada tiempo, acompañada por las mujeres místicas antiguas y nuevas, que desde su sabiduría nos animan y hablan al corazón, ritualidad acompañada por las que, a pesar del confinamiento nos seguimos encontrando – virtualmente – para poner en común la espiritualidad profunda, personal y colectiva.
- El TIEMPO. “Todas las cosas tienen su tiempo, todo lo que está debajo del sol, tiene su hora” nos dice el libro del Qoelet. El tiempo es el que es, el tiempo que marca el transcurrir de nuestras vidas, el tiempo que habla de sanar y ser sanadas, el tiempo que habla de la expectación de los encuentros en los círculos de espiritualidad de las mujeres. Este nuestro tiempo de hoy, se trastocó y se convirtió en larga espera: espera de la salud, de la vida, del alimento que no llega, del miedo al contagio. Para muchas mujeres se convirtió en el tiempo indeseable, por el exceso de cansancio, por el exceso de trabajo, por la magnitud de las violencias, por la incertidumbre frente a lo que se viene y por las afectaciones mentales y emocionales que ellas están viviendo.
Sin embargo, este tiempo tan complejo y extraño, nos ha devuelto, a muchas de nosotras, al tiempo de poner en nuestras manos, nuestro corazón y nuestras entrañas el sentido profundo del amor sororo, de las conexiones con la energía de la tierra, de nuestra conciencia de habitar esta tierra, de mirar más allá de las fronteras de nuestro país y descubrir que vivimos un dolor y una incertidumbre planetaria.
Un tiempo para ser mirado con los ojos de la sororidad, de la circularidad, del corazón, mirar hacia dentro y mirar hacia afuera, mirar afuera para sentir el dolor de las otras mujeres, mirar adentro para fortalecernos en amor solidario, con entrañas rebeldes. Tiempo que ha dejado una vez más en evidencia la profunda desigualdad, la gran inequidad, los empobrecimientos permanentes y la feminización de la pobreza, y se ha develado, una vez más, que fundamentalmente sobre los hombros de las mujeres está soportada la sociedad para que la crisis no sea más profunda. No es cierto que para la sociedad actual, los cuerpos de las mujeres son sagrados, si así lo fuera, no existiría la sobre-explotación de las mujeres y el mínimo cuidado para sus vidas. Este es el ahora y el ya que estamos viviendo.
- EL CUERPO, LOS CUERPOS. “Quién ha tocado mi cuerpo, dijo Jesús, ¿quién en silencio me ha tocado, lo he sentido?” (sobre Lc. 8,43-48)
El cuerpo, esta presencia física y energética que nos conecta con la vida, con la energía de la madre tierra, con el aire, con el agua, con las otras y los otros, con el resto de seres vivos, humanos y no humanos.
La conciencia del cuerpo pasa por escuchar nuestro propio ser de mujeres, por la escucha de nuestro corazón, escuchar nuestro cuerpo para amarlo, quererlo, entenderlo, aún en medio de esta crisis, y permitir que sea sanado por mí misma y por las otras, mi cuerpo como primer lugar de la experiencia de una espiritualidad que se resiste a ser domesticada y a perder su propia luz, mi cuerpo que se resiste a ser nuevamente callado, cuando hay que gritar los horrores de los desarraigos, las desigualdades, los dolores y sufrimientos de las mujeres de estos tiempos. Me pregunto, de qué está hablando mi cuerpo estos días, mi cuerpo que se niega a seguir viviendo la nostalgia del abrazo sororo y fraterno con las hermanas y hermanos de camino, pero que añora llegar a las otras que necesitan en este momento algo más que un abrazo, ellas, las otras, son esos otros cuerpos doloridos, sufrientes y violentados de esta pandemia. Me pregunto: Qué sé del cuerpo de las otras mujeres, ¿de qué me hablan esos cuerpos de los que nos hablan las cifras? O ¿de qué me hablan los cuerpos de las mujeres que veo transitar la calle desde mi ventana?
Rut y Noemi con su sabiduría, con su amor sororo, con sus entrañas de misericordia, nos acercan a esas otras. Las otras como un tú, que me habita, que me llama, que me busca, que me habla desde su silencio, como han hablado las mujeres a lo largo de la historia, porque el silencio de las mujeres, también habla. Las otras que son también mi cuerpo. Las otras, las más cercanas, las más lejanas, las anónimas, son ese tú que nos devela el dolor, el sufrimiento, la angustia, la incertidumbre, el desamparo.
Esta pandemia devolvió la vida de las mujeres al lugar privado, en donde se pierden sus voces y se maltratan sus cuerpos y sus mentes, y en donde no hay tiempo para el cultivo de la amorosidad, porque la sobrecarga duele y en donde la carencia de los recursos económicos y tecnológicos, agotan la mente más lúcida.
Las otras que son los gritos que llegan a nuestro corazón, y que nos instan a abrir las ventanas y romper el encerramiento obligado, para acoger desde la amorosidad y la compasión a esas otras, que son las mujeres de los barrios populares. ¿Cómo decirles que sus cuerpos nos duelen? Que su cansancio nos duele. Cómo decirles que aquí, hay muchas mujeres que las escuchamos, que las sentimos, que gritamos con ellas, que hay muchas mujeres que desde este lado del corazón estamos con ellas, muchas veces haciendo pequeñas cosas para que se devuelva algo de la dignidad que las mujeres han y hemos perdido en estos días.
Al igual que Jesús, podemos preguntarnos, ¿quién ha tocado mi cuerpo, me pregunto, ¿qué cuerpos están tocando el centro de nuestras vidas y nos llaman a buscar los equilibrios necesarios para seguir viviendo?, ¿desde dónde reavivar la esperanza común que tendremos que tejer entre mujeres, con las mujeres de aquí, de más allá y de más allá?
La experiencia de sentirnos aunadas y hermanadas, aún en la incertidumbre más abrumadora, puede ser posible cuando se nos ha tocado el centro más profundo de nuestra Divinidad.
Mucho tiempo pasará, hasta que las mujeres podamos recuperar, algo de todo lo que esta emergencia por Covid 19, nos ha arrebatado.
Amor sororo, compasión, sabiduría, sanación, protección, cuidado, contemplación, conexión con la tierra y con las otras y los otros, son elementos esenciales para retomar la vida.
María Helena Céspedes Siabato
23 de mayo de 2020
Tiempo de pandemia y confinamiento,
tiempo de dolor e incertidumbre,
tiempo de volver a mi profundo centro
en unicidad divina,
amorosa y sorora.