DENSA LONGITUD


Sentipensar a Gustavo Gutiérrez

La Pascua de Gustavo Gutiérrez el pasado 22 de octubre de 2024 fue una especial ocasión de múltiples expresiones sobre el significado de su vida y obra como uno de los principales protagonistas de la teología de la liberación en América Latina. Mi acercamiento recoge la primera impresión cuando lo conocí personalmente en una reunión con jóvenes universitarios evangélicos en Bogotá. El primer impacto, su corporeidad diferente: baja estatura, afectación de la osteomielitis, rasgos indígenas, amplia sonrisa y don de gentes. Luego de una animada conversación sobre su trabajo teológico desde su acción pastoral vino una explosión de preguntas que le dieron al encuentro un ambiente propicio para el dialogo, la cercanía y el humor. Era evidente que Gustavo tenía una capacidad innata para enganchar con gente joven. Se movía allí con facilidad, confianza y sencillez. Emerge, como era de esperar en un ambiente tal, la pregunta por Camilo Torres, su amistad y su relación con la teología de la liberación. La conversación adquiere densa longitud por la memoria afectiva, por el desenlace trágico, por la necesaria evaluación histórica. La emoción fue intensa y la despedida también, dejándome la sensación que habíamos tocado una fibra muy sensible de su memoria.

Lo que sigue tiene que ver con esa fibra muy sensible que desenvuelve la madeja de la fe religiosa y sus múltiples implicaciones políticas en la historia de nuestra región. Camilo, como Gustavo, son exponentes de diversa  manera, de un cristianismo interpelado por las grandes transformaciones que emergían en el continente y que tuvo en la década de los años 60 el escenario ideal detonado por el triunfo de la revolución cubana, por la muerte del padre Camilo en la guerrilla, por la renovación católica del Concilio Vaticano II y de la asamblea de obispos de Medellín 68,  por la lucha del reverendo Martin Luther King por los derechos civiles del pueblo negro en los Estados Unidos, por la explosión juvenil de mayo en París y por la masacre de estudiantes en la plaza de Tlatelolco en México 68…entre otros detonantes confluyentes…

Suficiente preámbulo para ubicar lo que hoy me sugiere la partida del padre Gustavo a sus 96 años en su Lima natal y bajo el techo acogedor de sus hermanos dominicos.

Un cuerpo pequeño de larga vida y honda sensibilidad

Por seis años estuvo el pequeño Gustavo atado a una silla de ruedas a causa de la osteomielitis que lo afectó desde los doce años. Así vivió su adolescencia marcada por el dolor y la limitación de movimiento. Nada fácil para un chico que lo único que sueña es enamorar y jugar fútbol. Afrontó con coraje y creatividad la adversidad entre libros de historia, filosofía y literatura que leía con pasión y el disfrute de las frecuentes visitas de sus amigos que lo animaba y lo divertía. Pero quizá su mayor aprendizaje fue haber forjado un talante de lucha, una apertura al sufrimiento humano, una terquedad a toda prueba, una esperanza firme. Equipaje que le será muy útil en toda su larga vida, pero en especial, cuando arreció la persecución contra él de los sectores más conservadores de la iglesia católica peruana (Cardenal Arzobispo de Lima Juan Luis Cipriani, Conferencia Episcopal Peruana, Opus Dei y el Sodalicio de Vida Cristiana SVC) cuando buscaron, en vano, una condenación de la Curia Romana a su trabajo teológico.

De la silla de ruedas, el joven Gustavo de 18 años, se levanta e ingresa a la Universidad Nacional de San Marcos a estudiar medicina. Quería dedicar su vida a sanar otros cuerpos enfermos. Había nacido en él un sentimiento de solidaridad con los más vulnerables que lo acompañará de ahí en adelante. Su honda sensibilidad lo llevó a la solidaridad. En la universidad conoce a los jóvenes de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos UNEC, organización estudiantil de la Acción Católica, con quienes comienza a reflexionar su fe y a redireccionar su vida. En esta confluencia nace su vocación presbiteral. El joven que se levantó de la silla de ruedas, a pesar de las dolencias de su columna vertebral, se ha erguido y se ha echado a caminar. Quiere dedicar su vida a servir y acompañar a quienes buscan “pasar de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida más humanas”. Siendo pobre descubrió la fuerza histórica de los pobres.

“Ver-juzgar-actuar” y “Revisión de vida” emergió desde el laicado obrero y estudiantil de la Acción Católica como un potente método para discernir el actuar de Dios en la historia, reflexionarla y comprometerse con ella. Esta fue la primera escuela teológica en la que Gustavo Gutiérrez dio sus primeros pasos hacia una nueva orientación de su fe. Luego viene su formación teológica en Santiago de Chile, en Lovaina (Bélgica) y en Lyon (Francia). El primer capítulo de su libro “Teología de la liberación. Perspectivas” (1971) sistematiza la construcción epistemológica que durante más de una década desarrolló hasta llegar a plasmar la muy conocida y polémica definición de teología de la liberación “como reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la Fe”. Como él mismo lo dice, al concluir el primer capítulo, no se trata de un nuevo tema de reflexión, sino de una nueva manera de hacer teología.

El proceso para llegar hasta este punto de llegada y de partida es mucho más complejo que lo brevemente descrito en el párrafo anterior. Habrá que investigar mucho más cómo se fueron haciendo las transformaciones, los diálogos, las confluencias, los debates, las críticas y las autocríticas, entre otras cosas, porque el mismo Gustavo no lo hace. Y no sabemos por qué. Quizá por no ser de su interés una confrontación con la Curia Romana que revisaba su ortodoxia o con la teología feminista que cuestionaba el marco patriarcal de su reflexión.  En todo caso, no deja de ser fascinante, a más de cincuenta años, reconstruir un proceso epistemológico político de tal magnitud y complejidad disruptiva.

El impacto fue inmenso. Nunca una producción teológica latinoamericana había alcanzado una difusión mundial como la alcanzada por ésta, su principal obra, traducida a veinte idiomas. Se abrieron multitud de espacios para el diálogo, el debate y la discusión. El mismo Gustavo lo expresa en la edición de 1988, revisada y corregida. En la nueva introducción – “Mirar lejos” – lo afirma de la siguiente manera: “Acogido (el esfuerzo teológico) con simpatía y esperanza por muchos ha contribuido a la vitalidad de numerosas experiencias de testimonio cristiano, al mismo tiempo que creó un interés por la reflexión sobre la fe -desconocido antes en la sociedad latinoamericana – incluso en círculos intelectuales tradicionalmente distantes u hostiles al mundo cristiano” (ML,10). El mismo proyecto de teología y educación popular que por más de veinte años impulsamos en Dimensión Educativa (Bogotá, 1983-2009) con la dirección del padre Mario Peresson Tonelli (1940-2019), fue inspirado en la afirmación que aparece en las conclusiones de su libro: “…no tendremos una auténtica teología de la liberación sino cuando los oprimidos mismos puedan alzar libremente su voz y expresarse directa y creadoramente en la sociedad y en el seno del pueblo de Dios. Cuando ellos mismos “den cuenta de la esperanza” de que son portadores. Cuando ellos sean los gestores de su propia liberación”. Tomamos la intuición y la desarrollamos como proyecto de teología popular junto con las articulaciones de las comunidades eclesiales de base que por entonces existían en Colombia. Nuestra tarea fue la de “socializar los medios de producción teológica”, es decir, implementar los métodos de la educación popular para llegar a producir teología con comunidades cristianas comprometidas con movimientos sociales. De ese exigente diálogo de saberes sistematizados nació la revista “Práctica. Teología de las comunidades cristianas” (1984). Poco a poco fuimos testigas y testigos de una rica y diversa producción preñada de futuro y de esperanza. Con razón que en “Mirar lejos”, Gustavo afirma sobre esta novedad, lo siguiente: “No se improvisa, es cierto, una presencia protagónica, pero la voz de esos sectores postergados ha comenzado a escucharse y este hecho está preñado de futuro. Se trata sin duda de una de las vetas, más ricas de esta línea teológica para los años que vienen” (ML,19).

Crear dialógico

Así como lo conocí en Bogotá, dialogando con jóvenes universitarios evangélicos, así lo veremos desde sus muchas reuniones de revisión de vida en la UNEC, en los inolvidables cursos de verano para laicos y laicas en la Universidad Católica de Lima, en los cursos de su parroquia de Rimac para la recepción de los sacramentos, en los innumerables encuentros con agentes de pastoral y militantes cristianos, en la asesoría a las comisiones teológicas del CELAM y la CLAR, en su trabajo junto a los equipos del Instituto Bartolomé de las Casas y el Centro de Estudios y Publicaciones CEP de Lima, en su apoyo formativo a congregaciones religiosas y diócesis progresistas, en su docencia universitaria…

Sin atreverse a hacer una reflexión pedagógica sobre su praxis teológica, hace referencia a la pedagogía de Paulo Freire como “uno de los esfuerzos más creadores y fecundos que se han hecho en América Latina”, por la cual los pueblos oprimidos “extroyectan la conciencia opresora que habita en ellos, cobran conocimiento de su opresión, encuentran su propio lenguaje y se hacen ellos mismos, menos dependientes, más libres, comprometiéndose en la transformación y construcción de la sociedad” (TdL, 178). Quizá, conociendo la pedagogía freiriana y su trasfondo dialógico, su praxis teológica es profundamente concientizadora, en cuanto paso de una “conciencia ingenua” a una “conciencia crítica” que analiza los problemas (problematiza), es abierta a lo nuevo, sustituye las explicaciones mágicas por las causas reales y tiende a dialogar. Este es el fundamento pedagógico de los Círculos de Cultura, de las Comunidades de Base, de la lectura popular de la Biblia, y por qué no decirlo, del trabajo teológico de Gustavo junto con el pueblo pobre y oprimido en camino de liberación.

Revisando las notas bibliográficas de la sexta edición (1988), vemos con admiración la cantidad de diálogos que establece Gustavo, no solo con lo más avanzado y actualizado de los centros de producción teológica de Europa, de Estados Unidos, de América Latina. Dialogo no solo con la teología, sino también con las ciencias sociales, la filosofía, la literatura, la pedagogía, la economía. Cuenta con el apoyo de redes de documentación e información como el CIDOC de Cuernavaca (México) y el MIEC de Montevideo. Percibe y siente la novedad de la liberación que emerge y que se expresa en diversos contextos continentales y extracontinentales como en Africa y Asia a través de la Asociación Ecuménica de Teólogas y Teólogos del Tercer Mundo.

Hay una afirmación de Gustavo que conecta metodología y espiritualidad pero que lamentablemente no desarrolló y que hoy adquiere visos muy sugerentes. Dice que el discurso sobre Dios “se halla dentro de una ruta más ancha y desafiante: la del seguimiento de Jesús”, esto le llevó a sostener que “en última instancia, el método (el camino) del discurso sobre Dios es nuestra espiritualidad” … “es un asunto de estilo de vida. Una manera de vivir la fe”. Plantea entonces las condiciones de inserción “que alimenta desde la raíz una reflexión que quiere dar razón del Dios de la vida en un contexto de muerte injusta y temprana” (ML, 36). Claro que está expresando cómo en su experiencia personal, la inserción en la comunidad parroquial del Distrito de Rimac alimentó su reflexión junto al pueblo con el que compartió tristezas y alegrías, intereses y combates, así como su fe y su esperanza.

Caminadas diversas…

La obra de Gustavo nacida en las caminadas que irrumpían desde “Los ríos profundos” (título de una novela de José María Arguedas) de nuestro continente, puso en el debate teológico y político la centralidad del pobre y de la pobreza en el eje liberación/opresión. Es en esta centralidad y en este eje donde se juega la credibilidad y la eficacia de la fe cristiana. Cuestión nada tranquila en un contexto donde las élites dominantes contaron con el cristianismo imperializado como su ideología legitimadora y sustentadora de la estructura colonial de poder, de ser y de saber. El tema será recurrente, desde distintos ángulos y énfasis, así, releyendo a Job en “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente” (1986), auscultando el pensamiento de Bartolomé de las Casas “En busca de los pobres de Jesucristo” (1992), o en la acuciante pregunta “¿Dónde dormirán los pobres?” (2002). La opción por los pobres que emerge en las asambleas episcopales de Medellín 68 y que toma fuerza en Puebla 79, se convertirá en piedra de escándalo y contradicción para la iglesia. Acusan a Gustavo de ser el atizador del fuego. No se amilana y sigue firme en sus convicciones. La pobreza sigue creciendo hasta lo insoportable. A donde quiera que sea invitado clama como profeta indignado, denunciando la violencia institucionalizada y convocando a la solidaridad y la compasión con las víctimas.

A partir de la década del 80 y teniendo como telón de fondo la revolución popular sandinista de Nicaragua, el martirio del arzobispo de San Salvador monseñor Oscar Arnulfo Romero, el nacimiento y crecimiento de la guerrilla Sendero Luminoso con la consiguiente reacción fujimorista en Perú, Gustavo será testigo y protagonista de la emergencia de diversas luchas específicas tanto en la iglesia como en la sociedad. Pudiéramos decir que la siembra de la indignación ética y las espiritualidades liberadoras germinan por los caminos de Latinoamérica. Y en esos germinados, emergen las teologías y espiritualidades de emancipación en colectivas, juntanzas, mingas y redes de mujeres, jóvenes, indígenas, campesinas, negras, activistas de derechos humanos, ambientales y diversidades sexuales…y así, comenzando el siglo, la posta va siendo recibida y el quehacer teológico reconfigurado con el impulso creativo y las sensibilidades propias de las nuevas generaciones.

Carmen Lora, una de las personas más cercanas a Gustavo, identifica su legado como, permanente sentido del otro, capacidad de ver lo complejo, perseverancia que le dio fuerza, sensibilidad con los que sufren, ver la capacidad que tienen los pobres de ser sujetos en la historia, persistir en medio de la oscuridad (tomado de la entrevista con Bernardo Barranco). Esto no es retórica, es una manera de vivir el seguimiento de Jesús. Es testimonio. Fue así como pudo anunciar a los pobres que Dios les ama. Un largo camino de aprendizajes comenzando por el dolor desde la silla de ruedas en la infancia que le ayudó a madurar tempranamente, hasta el “mirar lejos” de la edad mayor que le fortaleció la esperanza. Aprendió a hacer camino con las cojas y los cojos de la historia, camino lento y firme, de densa longitud.

Comienza ahora, desde nuestras frágiles y coloridas barcas ecuménicas en las que navegamos, un tiempo de escuchas, diálogos y relecturas sentipensantes de su obra, que nos ayuden a discernir las preguntas y los desafíos intergeneracionales e interreligiosos que hoy, en medio de fundamentalismos que precarizan y trituran la vida, interpelan la credibilidad de aquella fe “que mediante el amor es eficaz” (Gal 5,6) y que nos viene de Jesús de Nazareth.

Fernando Torres Millán

Teólogo y educador popular

Bogotá, noviembre de 2024

Nota:

He usado ML para el prólogo “Mirar lejos” de la sexta edición del libro “Teología de la liberación. Perspectivas” (1988).

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