Pasos papales por la paz de Colombia


Tres visitas en tres momentos de la historia reciente de Colombia muy diferentes 1968, 1986, 2017 de tres Papas también muy diferentes: Paulo VI, Juan Pablo II y Francisco, el primer Papa Latinoamericano, reiteran el llamado ineludible de justicia y de paz a un país, especialmente a sus élites, que mucho le ha costado abrirse, escuchar y aceptar las necesarias transformaciones estructurales que tales exigencias le plantean. Sin embargo, desde la perspectiva del pueblo creyente que ama al Papa, cada visita suscita esperanzas, llenan el corazón de aliento y le anima a  volcarse  en multitudes a la escucha discipular de sus enseñanzas.

 

¿Cuáles son los cambios que provocaron las visitas papales a Colombia?

Pablo VI llega como “peregrino de la paz” a Colombia el 22 de agosto de 1968 para presidir el Congreso Eucarístico Internacional “Vínculo de Amor”, a inaugurar la sede del CELAM y dar inicio a la Segunda Asamblea del CELAM que tendrá su desarrollo en Medellín entre el 26 de agosto al 6 de septiembre. Paulo VI estará tres días en Bogotá. Se recuerda tres hechos magníficos: el encuentro con el campesinado en la población de Mosquera (cerca de Bogotá), la visita al barrio obrero Venecia al sur de la capital y la celebración de una inmensa eucaristía en el templete eucarístico donde bendijo matrimonios y ordenó sacerdotes y diáconos.

 

Su visita se da en un contexto particularmente rico en transformaciones sociales y culturales, es la década dorada de los 60. Las palabras “cambio” y “revolución” se anidan en la boca y los corazones juveniles de la época. Había triunfado la revolución cubana en 1959, el recién elegido Papa Juan XXIII convoca un Concilio para renovar la Iglesia el que se lleva a cabo entre 1962 y 1965, el grito profético por “Amor Eficaz” del padre Camilo Torres se extiende por el Continente después de su muerte en la guerrilla (1966), la revolución estudiantil en Paris de mayo del 68 y la breve “Primavera de Praga” del mismo año, el asesinato de Martin Luther King el 4 de abril del 68 en Estados Unidos como consecuencia de su lucha no violenta por los derechos civiles del pueblo negro y su oposición a la guerra en Vietnam…con razón que en este contexto Pablo VI no dudó en afirmar en Bogotá que “el cambio de estructuras es fundamental pero debe hacerse gradualmente”.

 

La Arquidiócesis de Bogotá había hecho un camino de acogida y acompañamiento a miles de familias campesinas desplazadas por la violencia durante la década del 50 a través de la Unión Parroquial del Sur. Este amor social está detrás de las Asambleas Familiares que se organizaron para preparar el Congreso Eucarístico Internacional y la visita del Papa Pablo VI. Una vez concluidos los eventos, se requería dar un paso más hacia la constitución de comunidades eclesiales de base que dieran continuidad social y pastoral al inmenso fervor de fe despertado. Lamentablemente el nuevo Arzobispo de Bogotá, Aníbal Muñoz Duque y su obispo auxiliar, Alfonso López Trujillo, hicieron todo lo posible para impedirlo.

 

La visita del Papa Juan Pablo II bajo el lema “Con la paz de Cristo, por los caminos de Colombia” se desarrolla del 1 al 7 de julio de 1986, cuando terminaba el gobierno del presidente Belisario Betancourt con un proceso de paz saboteado y fracasado, con un creciente poder criminal del narcotráfico y con dos tragedias encima de profundas consecuencias: la avalancha del nevado del Ruiz sobre la ciudad de Armero y la masacre causada por el absurdo bombardeo sobre el palacio de justicia tomado por la guerrilla del M-19, ambos sucesos en noviembre de 1985. El pontificado de Juan Pablo II – con apenas siete años transcurridos –  se empeñaba en disciplinar la Iglesia y la muy activa teología de la liberación con el apoyo del Cardenal Joseph Ratzinger, su prefecto de la Congregación de la Fe. Dos “instrucciones” de esta Congregación, una en 1984 y otra en 1986, pretendieron “poner las cosas en su lugar” en cuanto se refiere a cristianismo y liberación. La visita del Papa Juan Pablo II reivindica una iglesia unida, fiel, firme en doctrina, obediente a las instrucciones y con autoridad para exigir a la sociedad colombiana y a sus élites correcciones en cuanto a los valores de la fe y de la moral social. En siete días recorre diez ciudades movilizando multitudes emocionadas. Honda huella dejaron dos gestos papales: su oración solidaria junto a la majestuosa cruz memorial de las víctimas de Armero y su pedido al líder de las comunidades indígenas del Cauca, Camilo Chocué, para continuar su discurso cargado de reclamos y denuncias, interrumpido por un clérigo de Popayán.

 

Las visitas de los papas no cambian la realidad del país. Sus profundas estructuras de desigualdad, discriminación y exclusión se han acrecentado como nunca antes. Hoy Colombia es más desigual, más insolidaria, más corrupta y más violenta. La ética del bien común perdió adhesión social y se desvanece precipitadamente. Además la Iglesia está dividida frente al proceso renovador del Papa Francisco y su autoridad espiritual resquebrajada al llamado a votar “en conciencia” en el plebiscito por la paz del pasado 2 de octubre.

 

¿Qué podemos – y no podemos – esperar de la visita del Papa Francisco?

Esperamos de la visita del Papa Francisco un decidido llamado  a “tender puentes y derribar muros” que nos permitan acercarnos, conocernos, escucharnos y encontrarnos a partir de nuestra rica diversidad a fin de superar las profundas diferencias que nos separan y nos confrontan. Una voz de altísima autoridad moral y espiritual como la suya podría tener “eco” en una sociedad que ya no quiere escuchar más llamados de paz, perdón y reconciliación. Por ser el mayor líder espiritual del mundo, su voz y sus gestos nos ayudarían a reconocer y quebrar la coraza de odio y egoísmo que nos bloquea y a dar pasos decisivos que nos muevan a construir paz a partir del amor, la compasión, la solidaridad y el cuidado de la casa común.

 

No podemos esperar cambios inmediatos o conversiones estructurales hacia el  evangelio de la misericordia. Eso sí, guardamos la esperanza que una primavera eclesial desde el laicado, principalmente desde las mujeres, los pobres y los jóvenes, a su paso, comience a florecer y a interpelar proféticamente a la sociedad colombiana, a la manera de Jesús.

 

¿Qué significa los lugares y los temas elegidos para este viaje?

La sociedad colombiana está polarizada en proyectos neoliberales corruptos, criminales y avaros, donde no cuenta para nada la vida de la Madre Tierra y de los pobres. Los cuatro lugares elegidos tienen la particularidad de expresar periferias existenciales y sociales en donde puede emerger gestos, gritos y clamores proféticos de otro mundo mejor posible, por fuera de los marcos de la modernidad colonial y del desarrollo neoliberal. Bogotá ofrece el escenario juvenil colmado de indignación, rebeldía e inconformidad por el actual estado de cosas, deseoso de protagonismo ético, político y espiritual que transforme la sociedad. Villavicencio convoca las víctimas del conflicto junto con la memoria de dos sacerdotes mártires de la violencia a multiplicar los hechos y los procesos de perdón y reconciliación. Medellín confronta narrativas de horror narcotraficante y paramilitar con la vocación cristiana del amor, la generosidad y el servicio suscitadora de narrativas otras, que dignifiquen y alienten la condición humana. Cartagena invoca el espíritu profético de San Pedro Claver para fortalecer la lucha por los derechos, la identidad y la dignidad del pueblo afrocolombiano quien tendrá allí voz y oportunidad de interpelación, visibilidad y articulación.

 

Los cuatro escenarios son ideales para que el Papa Francisco, a partir de su inmenso carisma y amor al pueblo, recoja y con-sienta lo que allí emerge con indignación, pero a la vez con alegría y esperanza. Desde las periferias, Francisco y el pueblo, en sintonía profética, abrirán caminos ecuménicos acogedores de la misericordia y el buen vivir por donde nos invitan a dar los primeros pasos.

Fernando Torres Millán

 

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